viernes, 25 de noviembre de 2011

“UN CLASICO APOLILLADO”

Perpendicular a todas las ideas que había tenido en un principio, hoy me cuestionaba muchas cosas cuando vi a unos cuantos niños gambeteando sobre el asfalto de la calle. Entre un mar de autos estacionados, personas que caminan por la banqueta; así se divierten sonrientes por encontrarle sentido al viernes y no quedarse perplejos detrás de un televisor, atados a un videojuego.
El arco simulado por dos piedras, cinco pasos y un gordito resguardando dieron perfección al juego de calle contra calle; así se juega en mi colonia con el ímpetu desgañitado y las rodillas raspadas. La cinco, prolija calle de ricos como le suelen llamar chocaba en esta ocasión contra la vetusta reveles el clásico apolillado que dejé hace tiempo junto con el balón de cuero y el calentador deshilachado.
Mariano el morenito con el micrófono de sombrero porta una gambeta de clase histriónica juega para la reveles, del otro lado el pequeño “Picos” dientudo goleador con las cañitas bien agiles para saltar tremendos hachazos dejando ombligos en la espalda. Recuerdo siempre ese momento, el punto exacto cuando las rejas de las casas chistaban con los balonazos, no importaba nada; solo el eterno grito de gol y la pelota a miles de kilómetros mágicamente esquivando carros por el tremendo bombazo.
El grito del vecino enojón sazono perfectamente el encuentro, dio tiempo de un respiro siempre adecuado, para encontrar el frutsi congelado o el refresco en bolsa para reanimar las ideas; producir futbol entre arboles, casas, coladeras. Dio tiempo de sentarme, aflojarme la corbata, encontrar clama después de una jornada laboral en donde el viernes dejo más penas que glorias.
Nuevamente se encandilo la calle de rebotes y gritos de batalla, la cinco dominaba, pero la reveles se amontonaba defendiendo ese par de piedras, la solución apareció detrás del thunderbird a toda velocidad, Mariano se deslizo sobre el cofre y tomo el rebote abruptamente para enfilarse solo hacia la meta contraria, el barrigón portero de la cinco direcciono su andar y a menos diez soltó las piernas solo para caer como res; las agujetas desanudadas sentenciaban el partido.
Sonreí un poco, pensé –acá no a cambiado nada- la reveles no juega mucho pero gana todo, la cinco propone pero sus balones siempre se vuelan a la casa equivocada, las tardes siguen impregnadas de sonidos multicolores y piropos atolondrados. El barrio clandestino donde solía patear la redonda se quedo detenido por una tradición hermosa, la de jugar fútbol con un bote o cualquier cosa.
El atardecer caía prendiéndose de la esquina para obscurecer solo un poco un lado de la calle, ese era el silbatazo final, era tiempo de colgar los tenis sobre los cables de la luz; la tradición estaba completa, me quede mirando tantos pares, respire un poco para quitarme mis zapatos y dejar mi nueva huella el par de charoles ya de otra época.

ROBERTO CARLOS VARGAS MENDOZA (ruPErto!!!)

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